lunes, 22 de agosto de 2016

JOSÉ RAMÓN LÓPEZ DÍAZ-FLOR: EL PRIMER DEPORTISTA CEUTÍ EN LOGRAR UNA MEDALLA OLÍMPICA


Han sido muchos los deportistas ceutíes que han brillado y logrado grandes éxitos en diferentes modalidades. Pero de ellos, tan sólo cuatro han participado en unos Juegos Olímpicos: José Ramón López Díaz-Flor, Antonio Pérez Cospedal (Tokio 1964), Guillermo Molina (Atenas 2004, Pekín 2008, Londres 2012 y Río de Janeiro 2016)  y Lorena Miranda (Londres 2012). A esta lista hay que unir el nombre de Regino Hernández (ceutí afincado en Málaga), quien a sus veinticinco años ya ha representado a España en dos ocasiones en unos Juegos Olímpicos de Invierno (Vancouver 2010 y Sochi 2014). De los cinco deportistas ceutíes, tan sólo José Ramón López Díaz-Flor y Lorena Miranda han conseguido una medalla olímpica. El piragüista lograba la medalla de plata en Montreal’76, mientras que la waterpolista obtenía un más que meritorio subcampeonato olímpico en el año 2012 en las Olimpiadas de Londres.
El pasado 31 de julio se cumplían cuarenta años de aquella histórica final en la que el K-4 compuesto por José Ramón López Díaz-Flor, Herminio Menéndez, José María Esteban Celorrio y Luis Gregorio Ramos conseguían la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976. Un segundo puesto, que pese a lo que supuso para el deporte español, dejó un sabor agridulce entre los artífices de aquel logro. Cuatro décadas después aún recuerdan aquella final con cierta impotencia, ya que partían como favoritos para haberse colgado la medalla de oro. Incluso José Ramón López Díaz-Flor utiliza el término fracaso: “El segundo puesto en los Juegos Olímpicos de Montreal fue un fracaso porque nuestra embarcación en ese momento era superior a la de todos los países. Éramos favoritos, por lo que la plata fue amarga”. Lo que pudo ser y no fue, no debe restar mérito a aquel segundo puesto. Una segunda posición que en Ceuta se celebró como un gran triunfo. Era la primera vez que un ceutí conseguía una medalla olímpica.



Final

A las seis de la tarde del 31 de julio de 1976 se disputaba la final de 1.000 metros en K-4. La embarcación española fue superada por los representantes rusos por tan sólo veintiséis centésimas. Se escapaba el oro por muy poco. “Entramos casi a la vez, de hecho, tardaron un montón de tiempo en darnos los resultados”, recordaba recientemente José Ramón López Díaz-Flor en el diario El País. El piragüista ceutí también rememoraba aquella carrera: “Nosotros íbamos por la calle 5, los rusos por la 2, estaban más protegidos por el viento. Vimos a los rusos tirar, y pensamos: se van a morir. Murieron los rumanos, no los rusos”.  Su testimonio coincide con el del ceutí Rafael Bringas, primer entrenador de Díaz-Flor, y quien también viajó a Montreal formando parte del cuerpo técnico del equipo español de piragüismo. Fue testigo directo de aquella final, y achaca a la influencia del viento el hecho de no haber logrado la medalla de oro: “Había calles en las que el viento soplaba más que en otras. A los rusos no les afectó porque iban por la calle número dos. El K-4 español fue primero durante los setecientos cincuenta primeros metros, pero en la recta final, los rusos se vieron protegidos del viento por las gradas, y les benefició”.



El diario ‘El Mundo Deportivo’ resaltaba en su edición del 1 de agosto de 1976 la gesta de los piragüistas españoles, subrayando su superioridad durante toda la carrera y la ajustada victoria rusa. Así lo resumía en la crónica publicada aquel día: “[…] Al comienzo de la prueba comenzó a llover ligeramente y el viento cambió su dirección, soplando un nordeste a ráfagas. La salida fue fuerte y España se puso en cabeza, seguida por Rumanía y la Unión Soviética. A los 250 metros, los españoles sacaban 58 centésimas de segundos a los rumanos y a los 500 metros tenía una ventaja de 40 centésimas sobre los soviéticos, que ya habían desplazado a Rumanía. El ritmo de palada de los españoles era impresionante, pero los soviéticos sostenían el tren con la misma pujanza por lo que la emoción aumentaba. A los 750 metros, Rumanía hizo su gran último esfuerzo y pasó al primer lugar, con 49 centésimas sobre España, pero pagaron su esfuerzo hundiéndose en los metros finales. Estos metros fueron disputados palmo a palmo entre España y la Unión Soviética. Chuhray, Degtiarev, Filatov y Morezov, con la mejor tradición de los remeros del Volga, consiguieron un aceleramiento final impresionante en su calle 2 mientras en la 5 los españoles parecían dejarse el alma sobre la embarcación para conseguir el oro. La llegada fue cerradísima, en una cara y cruz que sólo dependía de la palada al llegar a la meta. Así fue el oro para la URSS y la plata para España […]”

Recibimiento

Cuatro días después de haber logrado la medalla de plata en Canadá, José Ramón López Díaz-Flor junto a Rafael Bringas fue recibido como un auténtico héroe en el puerto ceutí. Fue una auténtica fiesta con la participación, incluso, de un grupo de majorette y banda de música. El por aquel entonces alcalde, Alfonso Sotelo Azorín acompañado por, entre otros, el delegado de Educación Física y Deportes y una amplia representación del CN CAS –club al que pertenecía Díaz-Flor, presidieron el recibimiento en el puerto, donde también se dio cita un desatacado número de ceutíes que no quisieron perderse la llegada del medallista olímpico a su tierra.



Campeonato del Mundo

Un año antes de lograr la plata en Montreal 1976, José Ramón López Díaz-Flor cosechaba su primera medalla de oro en el Campeonato del Mundo en la distancia de 1.000 metros (K4) disputada en Yugoslavia. Ese título suponía el primero en la historia del piragüismo español. Más de cuatro décadas después, aquella medalla de oro sigue siendo para José Ramón López Díaz-Flor el triunfo más importante de su carrera: “Para mí tiene más valor el primer campeonato del Mundo que la medalla olímpica”, reconocía hace unos meses en una entrevista emitida en Radio Ceuta (Cadena SER). En ese Campeonato del Mundo también lograba la medalla de bronce en la modalidad de relevos (500 metros), compartiendo pódium con el también piragüista ceutí Martín Vázquez López. En el palmarés de Díaz-Flor figuran, entre otros muchos logros, seis medallas (una de oro, cuatro de plata y una de bronce) en citas mundiales.

Residencia Blume

Desde el año 1988, José Ramón López Díaz-Flor es el responsable de la Residencia Blume y actualmente dirige el Centro de Alto Rendimiento en Madrid. Su nombramiento se produjo a instancias del que fuera su compañero de tripulación en el K-4 que conseguía la medalla olímpica en 1976. “Era funcionario en la Delegación Provincial de Ceuta. Aunque desconozco en profundidad lo que ocurría, pero al parecer existía serios problemas de interrelación entre los deportistas y el propio Consejo Superior de Deportes, y a instancias del que fue mi compañero de embarcación Herminio Menéndez, me llamó el entonces secretario de Estado, Gómez Navarro; me ofreció el cargo y acepté. El reto me motivaba porque estaban próximos los Juegos Olímpicos de Barcelona”, recuerda Díaz-Flor, quien tras comprometerse con el secretario de Estado, surgió un inesperado inconveniente: “Vuelvo a Ceuta después de reunirme en Madrid, y cuando transmito en casa el ofrecimiento, mi mujer me dice que ella no se quiere mover de Ceuta. Me vine a Madrid solo, hasta que terminó el curso académico”.
En febrero de 1988 asumió la dirección de la Residencia Blume. Desde el punto deportivo, José Ramón López Díaz-Flor contaba con la experiencia acumulada como residente de la misma durante su etapa como deportista, pero no así de la gestión de un centro de estas características, por lo que “lo primero que hice fue inscribirme en un master de Dirección y Administración de Entidades Deportivas en la Universidad Complutense para adquirir conocimientos en la gestión de personal  y administrativa”. Díaz-flor reconoce que los inicios no fueron fáciles: “Se me hizo duro. Hacía muchos años que ya había dejado de estudiar y me costó bastante”.
Tras veintiocho años al frente de la Residencia Blume -tiempo al que hay que sumar su etapa como deportista - toda la vida de Ramón López Díaz-Flor ha estado ligada al deporte: “Siempre ha sido mi pasión. Es mi trabajo, pero también el deporte es mi vida porque vivo en la residencia, y lo vivo durante veinticuatro horas al día”.
Durante estas casi tres décadas que Díaz-Flor acumula como director de la Residencia Blume y máximo responsable del Centro de Alto Rendimiento de Madrid, han sido numerosos los deportistas que han estado bajo su tutela. Muchos de ellos han alcanzado grandes metas en diferentes modalidades deportivas. Un ejemplo reciente es el de Carolina Marín. Para Ramón López Díaz-Flor son “como mis hijos, con los que vivo cada día desde sus cuestiones más personales o reservadas hasta los estudios, y por supuesto su carrera deportiva”.  Y con ellos comparte los triunfos, las decepciones o los momentos duros cuando sufren alguna lesión. No oculta –y así lo reconoce- que llega a emocionarse cuando algunos de estos deportistas cumplen sus objetivos, o se lesionan.
Dicen que nadie es profeta en su tierra, pero José Ramón Díaz-Flor es –y se siente querido en su ciudad natal. Desde hace años un polideportivo lleva su nombre, al igual que el trofeo que anualmente entrega el ICD al mejor deportista ceutí del año: “Me siento congratulado de que una instalación lleve mi nombre. Y si no fuera sido así, me hubiera dado igual. Yo, me siento caballa; y cuando voy a Ceuta me encanta pasear por sus calles. Voy a todos los sitios andando porque me gusta disfrutar y sentir sus calles”.
Como ceutí, y como director de la Residencia Blume, una circunstancia que le satisface personalmente es “encontrarme en las instalaciones que dirijo con gente de Ceuta. Y pone como ejemplo cuando coincidió con Guillermo Molina: “Es un baluarte del deporte nacional, y supuso un orgullo personal que él me reconociera como una figura y destaca los éxitos deportivos de mi carrera”.

Los recientes éxitos del piragüismo español en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro son los últimos logros para un deporte que cosechó su primera medalla olímpica hace cuarenta años. Con José Ramón López Díaz-Flor y compañía se iniciaba una nueva etapa. Con ellos comenzó todo. 


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